Con el libro abierto en mi regazo, cierro los ojos e inspiro profundamente, espirando de forma suave y armoniosa. Puedo notar que la libertad suena a salado con un toque dulce, y tiene el sabor de las piedras que descansan en el estuario. Aprecio que es comunitaria, organizada y apacible. Se siente cómoda. Vuelvo a inspirar y a espirar, pero en esta ocasión lo hago desde la naturalidad, respetando mi respiración. Sigo con los ojos cerrados. "Guau", pienso... La curiosidad huele a océano y desembocadura, a juego, confianza y recreo. No se necesita profundizar mucho para observar que es plena e inmensa, blanca en un mundo a veces azul, a veces verde. Sigo respirando. Comprendo que la vida se aprende natural y nace bailando, con tiempo, mimo y paciencia. Sonrío en el alimento lácteo y en el color gris juventud que pronto clareará como la nieve. Aquí, ahora, las belugas respiran entre el hielo y junto a las costas, en grupo, en manada, para procurarse abrigo del peligro. Estoy e
Besets y yo David y yo recién habíamos regresado a nuestro país, con perspectiva de quedarnos más tiempo en él. Yo echaba de menos tener una mascota, un compañero peludo en casa que necesitara un hogar y se sintiera cómodo en el nuestro. Convencí a mi pareja de ello y juntos exploramos qué animal era el que mejor se ajustaba a nuestro estilo de vida, y pensamos que un gato sería buena idea. Intentamos primero adoptar a un gato de la protectora de uno de mis mejores amigos, pero quien lo lleva se mostró muy desorganizado y sobrepasado de tareas y, aunque decía "luego lo miro", pasaban los días y semana incluso sin noticias. Vimos entonces una protectora más cercana y contactamos, al día siguiente ya nos presentó a dos gatos que pensaba que se ajustaban a nosotros. Una gatita pequeña, activa y juguetona, y un gato de alrededor de un año que estaba paralizado del miedo, sentado, con la mirada ausente, llamado Tristón. Decidimos adoptar a este segundo gato, pues también nos dij